A veces me pregunto cómo es posible que las personas
seamos capaces de aguantar tanto dolor, tantas injusticias, tanto “sinsentido”.
¿Nos hemos vuelto insensibles? ¿Por qué no se ha producido todavía una
revolución ciudadana de las que, por desgracia, acaban rodando cabezas? ¿O es
que nos hemos acostumbrado a vivir sin libertad?
Buscando
por las redes encontré una posible respuesta a la quietud actual de los
ciudadanos ante la opresión cada vez más fuerte a la que estamos
sometidos. Es la llamada “Doctrina del shock”, desarrollada por Naomi Klein en
su libro homónimo. La doctrina del shock
fue publicado en 2007 y su principal argumento es que el capitalismo contemporáneo
se apoya en los grandes desastres, catástrofes y tragedias colectivas para
fortalecerse. Klein, apoyándose en las teorías políticas neoliberales de la
escuela de Chicago dirigida entonces por Milton Friedman,
muestra muchos ejemplos de países en los cuales las políticas económicas
basadas en el neoliberalismo, que no hubieran sido aceptadas en tiempos
normales, se impusieron aprovechando la confusión y el desconcierto de la
población tras sufrir acontecimientos traumáticos.
Una lectura que puede hacerse aquí es el hecho de
que los gobernantes aprovechan
las crisis para imponer sus ideas, ideas que no serían
aceptadas democráticamente en tiempos normales.
¿Podría decirse que este ha sido el caso de Chile y
Argentina, entre otros? En estos países fueron necesarios crueles golpes
militares y una cultura del miedo en los ciudadanos para que estos aceptasen,
sin fuerte oposición, una reconversión de su economía regida por los nuevos
dogmas económicos. También grandes catástrofes naturales, como tsunamis,
terremotos, huracanes e inundaciones, han constituido la ocasión perfecta para
que importantes empresas privadas aprovecharan el vacío que provocaron esos desastres
para avanzar en la privatización de la economía. Por no entrar a hablar de las
guerras, como la de Irak, en las que empresas privadas ven aumentados sus
beneficios mediante la fabricación de armamento, helicópteros y misiles. En
otras palabras, se lucran con la guerra, se lucran con el mayor crimen contra
la humanidad, se lucran con la muerte de personas.
En
el caso de España, no hemos tenido que sufrir, por ahora y afortunadamente, golpes
militares, tsunamis ni guerras. Sin embargo, el impacto psicológico que está provocando
la crisis en nuestro sentir social ha originado un vacío y una confusión que son
aprovechados para dar un paso más en la privatización de muchos servicios
públicos hasta ahora en manos del Estado, mermando nuestro cada vez más precario
estado de bienestar. En una situación de inseguridad y confusión
es mucho más fácil imponer al ciudadano soluciones poco consensuadas
por la población que en épocas de prosperidad. El miedo, que es un componente
importante de las crisis, suele tener como consecuencia el seguimiento
incondicional a quien prometa eliminar su causa o bien reacciones histéricas
igualmente improductivas. Y así como en estas situaciones de crisis hay que
temer la irrupción de demagogos y dictadores de todo tipo, como sucedió en la
Alemania que todos conocemos.
Pero
existe un aspecto positivo dentro de esta crisis social-ideológica-económica
que se está viviendo en España, como es la creciente movilización popular que
en buena parte es el resultado del conocido movimiento del 15-M
que, más allá de las incoherencias y contradicciones inevitables en un
movimiento plural y asambleario, ha generado un aporte pedagógico que se ha
concretado en causas tales como la defensa de la vivienda, la sanidad y la
enseñanza.
“../. Solo una
crisis —real o percibida— da lugar a un cambio verdadero. Cuando esa crisis
tiene lugar, las acciones que se llevan a cabo dependen de las ideas que flotan
en el ambiente. Creo que esa ha de ser nuestra función básica:
desarrollar alternativas a las políticas existentes para mantenerlas vivas y
activas hasta que lo políticamente imposible se vuelva políticamente
inevitable” (Milton
Friedman en su libro Capitalism and freedom).
Bajo
un lema tan esperanzador como “Dormíamos. Despertamos” se
ha conseguido que los ciudadanos se unan en una especie de solidaridad social
nunca antes vista en España. Incluso resulta sorprendente que algunas de estas
movilizaciones han llegado a obtener resultados concretos: se han evitado
cientos de desahucios, se han salvado de ser desmantelados algunos hospitales y
edificios sociales, algunas leyes se han detenido temporalmente,…. Tal vez
estas movilizaciones no sean suficientes para recuperar el control democrático
de los asuntos públicos, pero no cabe duda de que son indispensables.
De
alguna manera, el estado de sentir que “no hay nada que perder” hace aflorar el
estado latente del sentir popular, como es el caso del 15-M y las acciones
positivas llevadas a cabo. Nos decía hace unos días un profesor de la facultad
en clase que “cuando te encuentras al límite emerge una solidaridad y una
bondad misteriosa entre las personas que lo están pasando mal, creándose una
especie de solidaridad social”, que él así lo sintió cuando estuvo viviendo en
Sudamérica. Entonces ¿Es necesario sentirse así para que aflore lo bueno? ¿El hombre es malo cuando todo le va bien y
se torna bondadoso y concienciado cuando se ve despojado de las cosas
materiales?
No
puedo responder a esto pero creo que, como dijo A.S. Neill “El mundo puede encontrar un camino mejor. El mundo debe encontrar un
camino mejor. Porque la política no salvará a la humanidad. Nunca lo hizo…
demasiadas personas son socialistas porque odian al rico en vez de amar al
pobre” (Summerhill, p. 87).
Aquí
todavía hay mucho por hablar, así que lo dejaremos para próximas entradas…
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Puedes consultar el libro “La doctrina del shock” aquí:
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Puedes ver un documental sobre la Doctrina del shock aquí:
Fuentes de las imágenes:
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